sábado, 4 de junio de 2016

APRENDIENDO A CONOCERNOS


Estamos en continuo aprendizaje. Aprendemos de nuestro entorno, de los libros, de lo que hacemos y, aun, de lo que no hacemos. Pero ¿nos hemos aprendido a conocer? O ¿tan solo nos hemos vuelto seres críticos de los otros?
El aprendizaje requiere de un estudiante que desea el conocimiento, la ciencia y la inteligencia. El estudiante no puede negar el caos que le rodea. Un caos en la educación, en la sociedad y en los seres que le acompañan.
Las alternativas educativas y la educación tradicional no parecen ser la mejor respuesta a este caos porque sigue habiendo en nuestro alrededor profesores de la crueldad. Maestros que no imparten una educación para la paz sino para la guerra convirtiéndose la escuela en un campo de batalla.
Los discursos podrán cambiar opiniones, crearan buena imagen en lo externo, pero muy difícilmente llevaran a un cambio verdadero. El discurso carece de sentido cuando la acción no la acompaña, por eso es cierto el dicho populi que dice “entre el dicho y hecho hay gran estrecho”. Una cosa es decir y otra hacer, pero cuando ambas son coherentes, es decir, si somos congruentes entre nuestro discurso y nuestras acciones, entonces podremos educar. Pero es necesario que reflexionemos en otra pregunta ¿Cuál es nuestro discurso?
La responsabilidad en el sentido de cuidar y preocuparse por el mundo debe dejar el egocentrismo que poco le importa lo que sucede a su alrededor. La crueldad ha convertido a este mundo en un lugar peligroso para vivir. La comparación es uno de los estímulos de esta crueldad, esa comparación que lleva a una competencia que se complace en ver destruir a otro.
La escuela no solo es una institución organizada por el hombre sino es todo lo que nos rodea. Todos somos estudiantes de este mundo y al mismo tiempo somos profesores. Nuestras acciones generan mayor impacto que nuestras palabras, por lo tanto, pensemos en ¿Qué estamos haciendo? Pero no reflexionemos solo por nuestro propio bien, no seamos indiferentes en nuestra sociedad sino también pensemos en colectividad ¿nuestras acciones afectan de manera positiva o negativa a los demás? ¿estoy causando tristeza o alegría a mis seres más cercanos? ¿estoy haciendo lo que es correcto o tan solo sigo los patrones de lo indebido?
Es necesario aprender a conocernos desde nuestro interior porque lo que somos por dentro lo reflejaremos en lo externo, ya sea para bien o para mal. El pensamiento es lo primero que debemos cultivar, antes que nuestras obras externas, no siguiendo patrones de conducta que nada bien llevan consigo.
En la casa esta nuestra primera escuela, mas no siempre es la mejor, porque en muchos hogares se sigue viviendo la opresión, la tiranía de un padre, el odio de la madre, las contiendas entre hermanos. ¿Por qué mientras en la Habana el gobierno habla de paz nuestra ciudad sigue en caos? Porque en nuestras familias se vive la guerra. La paz en nuestra nación no existirá si continuamos ignorando el núcleo de la sociedad, la familia. Si nos preocupamos, o más bien nos ocupamos en generar paz en nuestra familia podremos esperar algo mejor en nuestra nación. Pero ¿Cómo esperamos paz en nuestro hogar si en nuestra interior no la tenemos?
La información que recibimos, las normas de conducta que seguimos y la moralidad que hemos aprendido pueden asemejarse a un perfume que nos genera buen olor, nos hace sentir y hacernos ver ante otros como limpios. Pero es engañosa esta limpieza cuando la suciedad aún sigue incorporada en el cuerpo. No debemos preocuparnos por lo externo sino es necesario que desde el interior nuestro ser sea transformado, regenerado, limpiado y redimido a fin de que nuestras vidas sean integrales. Jesucristo ofrece esta limpieza a todos aquellos que reconocemos que nuestra vida le necesita para verdaderamente estar limpios y poder mirarnos con alegría nuevamente en el espejo, ya no como seres sucios sino limpios, gracias a la obra redentora de Jesucristo.
“Si confesamos nuestros pecados, El es fiel y justo para perdonarnos los pecados y para limpiarnos de toda maldad.”

1 Juan 1: 9 (LBLA)