lunes, 21 de agosto de 2017

LA INGRATITUD DE UN HIJO Y EL AMOR DEL PADRE



La ingratitud de un hijo se ve en la deshonra e irrespeto a su padre. Como hijos, en nuestra naturaleza rebelde, no somos agradecidos con nuestros padres y mucho menos lo somos con Dios.
Jesucristo nos enseñó a través de una hermosa historia, la vida natural de un hombre y el amor sobrenatural de Dios, esta historia es conocida comúnmente como “el hijo prodigo” o “el padre amoroso”:
“Un hombre tenía dos hijos. Un día, el hijo más joven le dijo a su padre: “Papá, dame la parte de tu propiedad que me toca como herencia.” Entonces el padre repartió la herencia entre sus dos hijos. A los pocos días, el hijo menor vendió lo que su padre le había dado y se fue lejos, a otro país. Allá se dedicó a darse gusto, haciendo lo malo y gastando todo el dinero. Ya se había quedado sin nada, cuando comenzó a faltar la comida en aquel país, y el joven empezó a pasar hambre. Entonces buscó trabajo, y el hombre que lo empleó lo mandó a cuidar cerdos en su finca. Al joven le daban ganas de comer aunque fuera la comida con que alimentaban a los cerdos, pero nadie se la daba. Por fin comprendió lo tonto que había sido, y pensó: “En la finca de mi padre los trabajadores tienen toda la comida que desean, y yo aquí me estoy muriendo de hambre. Volveré a mi casa, y apenas llegue, le diré a mi padre que me he portado muy mal con Dios y con él. Le diré que no merezco ser su hijo, pero que me dé empleo, y que me trate como a cualquiera de sus trabajadores.” Entonces regresó a la casa de su padre. Cuando todavía estaba lejos, su padre corrió hacia él lleno de amor, y lo recibió con abrazos y besos. El joven empezó a decirle: “¡Papá, me he portado muy mal contra Dios y contra ti! ¡Ya no merezco ser tu hijo!”
Pero antes de que el muchacho terminara de hablar, el padre llamó a los sirvientes y les dijo: “¡Pronto! Traigan la mejor ropa y vístanlo. Pónganle un anillo, y también sandalias. ¡Maten el ternero más gordo y hagamos una gran fiesta, porque mi hijo ha regresado! Es como si hubiera muerto, y ha vuelto a vivir. Se había perdido y lo hemos encontrado.” Y comenzó la fiesta. Mientras tanto, el hijo mayor estaba trabajando en el campo. Cuando regresó, se acercó a la casa y oyó la música y el baile. Llamó a uno de los sirvientes y le preguntó: “¿Qué pasa?” El sirviente le dijo: “Es que tu hermano ha vuelto sano y salvo, y tu papá mandó matar el ternero más gordo para hacer una fiesta.” Entonces el hermano mayor se enojó mucho y no quiso entrar. Su padre tuvo que salir a rogarle que entrara. Pero él, muy enojado, le dijo: “He trabajado para ti desde hace muchos años, y nunca te he desobedecido; pero a mí jamás me has dado siquiera un cabrito para que haga una fiesta con mis amigos. ¡Y ahora que vuelve ese hijo tuyo, después de malgastar todo tu dinero con prostitutas, matas para él el ternero más gordo!” El padre le contestó: “¡Pero hijo! Tú siempre estás conmigo, y todo lo que tengo es tuyo. ¡Cómo no íbamos a hacer una fiesta y alegrarnos por el regreso de tu hermano! Es como si hubiera muerto, pero ha vuelto a vivir; como si se hubiera perdido, pero lo hemos encontrado.”
Lucas 15: 11-21(TLA)
En esta historia, no hay solamente un hijo desagradecido, sino dos, porque ninguno de los dos supo valorar el amor de su Padre. El primer hijo lo deshonró desde un principio, diciéndole, en pocas palabras, que lo único bueno que podía recibir de su padre era su muerte para obtener su herencia, y el segundo, lo deshonró, porque aunque aparentemente nunca le había desobedecido, realmente no tenía una relación cercana con su padre.
No sé cuál de los dos hijos eres, pero en conclusión: necesitas reconciliarte con Dios. La razón por la que no puedes tener una relación cercana con Dios, ni la seguridad de conocerle después de tu muerte es el pecado. El pecado es no hacer lo que Dios ha mandado o  hacer lo que Él ha prohibido.
La humanidad ha tenido una grave confusión del conocimiento de Dios por causa de su engañoso corazón que no puede entender la infinitud, santidad y majestuosidad de nuestro Dios. Jesucristo siendo Dios mismo vino a salvarnos, tomando nuestro lugar en la cruz, para reconciliarnos con Dios. Jesucristo experimentó el peor sufrimiento por amor a ti, porque al morir en la cruz, el Padre lo abandonó, a causa del pecado que cargó en la cruz, haciéndose maldición por amor a nosotros. Aunque murió y fue sepultado, a los tres días siguientes el Padre lo levantó de entre los muertos con poder. Luego de que Jesucristo se presentara a muchos, ascendió a los cielos y envió al Espíritu Santo a todos aquellos que le creen. El Espíritu Santo es el único que puede revelarnos la Palabra de Dios y es, el Espíritu Santo, el que da testimonio a nuestro espíritu de que somos salvos.

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