La ingratitud de un hijo se ve en la deshonra
e irrespeto a su padre. Como hijos, en nuestra naturaleza rebelde, no somos
agradecidos con nuestros padres y mucho menos lo somos con Dios.
Jesucristo nos enseñó a través de una hermosa
historia, la vida natural de un hombre y el amor sobrenatural de Dios, esta
historia es conocida comúnmente como “el hijo prodigo” o “el padre amoroso”:
“Un
hombre tenía dos hijos. Un día, el hijo más joven le dijo a su padre:
“Papá, dame la parte de tu propiedad que me toca como herencia.” Entonces el
padre repartió la herencia entre sus dos hijos. A los pocos días, el hijo menor
vendió lo que su padre le había dado y se fue lejos, a otro país. Allá se
dedicó a darse gusto, haciendo lo malo y gastando todo el dinero. Ya se había
quedado sin nada, cuando comenzó a faltar la comida en aquel país, y el joven
empezó a pasar hambre. Entonces buscó trabajo, y el hombre que lo empleó
lo mandó a cuidar cerdos en su finca. Al joven le daban ganas de comer
aunque fuera la comida con que alimentaban a los cerdos, pero nadie se la daba.
Por fin comprendió lo tonto que había sido, y pensó: “En la finca de mi padre
los trabajadores tienen toda la comida que desean, y yo aquí me estoy muriendo
de hambre. Volveré a mi casa, y apenas llegue, le diré a mi padre que me
he portado muy mal con Dios y con él. Le diré que no merezco ser su hijo,
pero que me dé empleo, y que me trate como a cualquiera de sus
trabajadores.” Entonces regresó a la casa de su padre. Cuando todavía
estaba lejos, su padre corrió hacia él lleno de amor, y lo recibió con abrazos
y besos. El joven empezó a decirle: “¡Papá, me he portado muy mal contra
Dios y contra ti! ¡Ya no merezco ser tu hijo!”
Pero
antes de que el muchacho terminara de hablar, el padre llamó a los sirvientes y
les dijo: “¡Pronto! Traigan la mejor ropa y vístanlo. Pónganle un anillo, y
también sandalias. ¡Maten el ternero más gordo y hagamos una gran
fiesta, porque mi hijo ha regresado! Es como si hubiera muerto, y ha
vuelto a vivir. Se había perdido y lo hemos encontrado.” Y comenzó la fiesta.
Mientras tanto, el hijo mayor estaba trabajando en el campo. Cuando regresó, se
acercó a la casa y oyó la música y el baile. Llamó a uno de los sirvientes
y le preguntó: “¿Qué pasa?” El sirviente le dijo: “Es que tu hermano ha vuelto
sano y salvo, y tu papá mandó matar el ternero más gordo para hacer una
fiesta.” Entonces el hermano mayor se enojó mucho y no quiso entrar. Su padre
tuvo que salir a rogarle que entrara. Pero él, muy enojado, le dijo: “He
trabajado para ti desde hace muchos años, y nunca te he desobedecido; pero a mí
jamás me has dado siquiera un cabrito para que haga una fiesta con mis
amigos. ¡Y ahora que vuelve ese hijo tuyo, después de malgastar todo tu
dinero con prostitutas, matas para él el ternero más gordo!” El padre le
contestó: “¡Pero hijo! Tú siempre estás conmigo, y todo lo que tengo es
tuyo. ¡Cómo no íbamos a hacer una fiesta y alegrarnos por el regreso de tu
hermano! Es como si hubiera muerto, pero ha vuelto a vivir; como si se hubiera
perdido, pero lo hemos encontrado.”
Lucas
15: 11-21(TLA)
En esta historia, no hay solamente un hijo
desagradecido, sino dos, porque ninguno de los dos supo valorar el amor de su
Padre. El primer hijo lo deshonró desde un principio, diciéndole, en pocas
palabras, que lo único bueno que podía recibir de su padre era su muerte para
obtener su herencia, y el segundo, lo deshonró, porque aunque aparentemente
nunca le había desobedecido, realmente no tenía una relación cercana con su
padre.
No sé cuál de los dos hijos eres, pero en
conclusión: necesitas reconciliarte con Dios. La razón por la que no puedes
tener una relación cercana con Dios, ni la seguridad de conocerle después de tu
muerte es el pecado. El pecado es no hacer lo que Dios ha mandado o hacer lo que Él ha prohibido.
La humanidad ha
tenido una grave confusión del conocimiento de Dios por causa de su engañoso
corazón que no puede entender la infinitud, santidad y majestuosidad de nuestro
Dios. Jesucristo siendo Dios mismo vino a salvarnos, tomando nuestro lugar en
la cruz, para reconciliarnos con Dios. Jesucristo experimentó el peor
sufrimiento por amor a ti, porque al morir en la cruz, el Padre lo abandonó, a
causa del pecado que cargó en la cruz, haciéndose maldición por amor a
nosotros. Aunque murió y fue sepultado, a los tres días siguientes el Padre lo
levantó de entre los muertos con poder. Luego de que Jesucristo se presentara a
muchos, ascendió a los cielos y envió al Espíritu Santo a todos aquellos que le
creen. El Espíritu Santo es el único que puede revelarnos la Palabra de Dios y
es, el Espíritu Santo, el que da testimonio a nuestro espíritu de que somos
salvos.
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