Hablar
mal de todos, a las espaldas, sin fundamento alguno o, con supuestas razones,
se ha convertido en el diario vivir de muchas personas. La hipocresía, es
producto de un corazón engañoso que solo piensa en hacer el mal y camufla estos
pensamientos en una fachada cuya apariencia es de bondad.
La
vida de muchas personas se ha centrado en solo mentiras, ya ni siquiera saben quiénes
son, porque el engaño les ha hecho perder hasta su propia identidad. El no
comunicarse, decir la verdad, es lo natural en una vida de muerte, es decir que
es la esencia en todo ser humano que no ha conocido a Dios.
La
filosofía pareciere ser la respuesta a nuestras agonías, pero no ha sido fructífera
en generar un cambio genuino en las personas, sino tan solo ha sido ese perfume
en un hombre que aún no está limpio, es decir que todo esfuerzo humano, aunque
pareciese ser bueno, es un total fracaso para la restauración del hombre. Es
necesario, como Jesucristo le respondió a Nicodemo, nacer de nuevo.
El
nuevo nacimiento, también llamado regeneración, es la acción creadora del
Salvador en un pecador. No es posible que nuestras obras sean agradables a Dios
siendo malos, por esto es que lo primero que debemos entender es que el Señor
quiere que seamos antes de que hagamos.
El
ser o no ser esa es la cuestión, decía William Shakespeare en su obra Hamlet.
Bueno, la Biblia, nos enseña que ser hijos de Dios es lo importante, pero para
ser es necesario que El haga. Solo Dios puede salvar al hombre pecador.
“Jesús clamó y dijo: «El que cree en mí, no
cree en mí, sino en el que me envió; y el que me ve, ve al que me envió. Yo, la
luz, he venido al mundo, para que todo aquel que cree en mí no permanezca en
tinieblas…”
Juan 12: 44-50 (RVR 1995)